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La profecía de los libros verdes

AGRADEZCO MUCHO A IVI MAY POR LA NOTA QUE SALIÓ HOY EN
http://www.poresto.net/cgi-bin/news.cgi?f=14018

PORQUE ES NETAMENTE CONSTRUCTIVA, DE ALGUNA MANERA ESCUCHAR LOS COMENTARIOS CON ARGUMENTOS NOS LLEVA A DONDE QUEREMOS ESTAR.
NUEVAMENTE GRACIAS




Ivi May Dzib
Sobre las artes escénicas

La sabiduría y las profecías mayas de las que depende el mundo se encuentran en los libros verdes, tesoros invaluables que codician dos saqueadores de vestigios cuya codicia no tiene límites. Pablo y Rodrigo son dos niños con posiciones encontradas en lo referente a la mitología de nuestros ascendientes. Entre el creer y no creer, serán ellos los elegidos para salvar al mundo y transmitir el mensaje del libro, esto con ayuda de los bacabes —los cuatro puntos cardinales— y de Kukulcán.


Escrita y dirigida por Juan Carlos Durán, esta obra se presentó en el marco del Otoño Cultural el 25 de octubre a las 18:00 horas en el Centro Cultural Obrero.
Como sugerencia, primero se tendría que hacer una revisión a la dramaturgia, en el sentido que muchos de los diálogos carecen de la fuerza suficiente para atrapar al espectador. Fueron muchas las ocasiones en que la falta de dicción de los actores, el volumen de voz o el audio en off hicieron ininteligible el discurso, lo que no afectó la recepción del espectador en cuanto a la historia se refiere, lo que nos hace pensar que si las palabras que no se escuchan no son importantes, ¿entonces para qué están ahí?
Las situaciones y sus resoluciones son predecibles, en el sentido de que si se cuenta una historia de niños que se convierten en héroes y salvan al mundo, debió de haber algún elemento que hiciera de esta propuesta algo diferente al cliché y a la obviedad.
Muchas de las obras para niños se caracterizan por la ruta que recorre nuestro héroe y los obstáculos con los que se enfrenta, en “La profecía de los libros verdes” los obstáculos son nimios y por decirlo de alguna forma “ya trillados”.
Si pensamos en las funciones de Propp y en la morfología del cuento, la carencia de muchas de esas 31 funciones (Vladimir Propp señala 31 funciones que son una constante en los cuentos, en referencia al héroe y que de forma variable se encuentra inmersas dentro de las estructuras de estas obras, se podría analizar desde esta perspectiva a cualquier otro héroe que sea el “elegido” para salvar su mundo) hicieron que el texto careciera de la fuerza suficiente para poder analizarlo como una dramaturgia ya terminada.
Hay muchos vacíos de información que pueden ser importantes; la obra se empieza a tambalear por la falta de desarrollo en los planteamientos que se hacen eternos —que se cobijan en chistes televisivos— y en lo precipitado de las resoluciones.
Al ser mínimo el esfuerzo de todos los personajes por cumplir su objetivo (y es que algunos parece que no lo tienen), la obra se torna nimia.
La toma de conciencia, la estimulación y la sensibilización sobre temas de importancia, que se exponen muchas veces de forma demagógica, como lo es en este caso el patrimonio cultural, la responsabilidad y el enfrentarse a los miedos tendría que abordarse de forma lúdica, pero también con inteligencia; porque el espectador olvida de inmediato ante el bombardeo de imágenes y de información que recibe todos los días, entonces una obra tendría que superar eso, si se quiere que la mente del espectador comulgue con el discurso estético.
Partiendo de que la columna vertebral de este espectáculo —el texto—, tenía sus deficiencias, sería ocioso describir las limitaciones (que fueron muchas) de la puesta en escena, desde las luces hasta el trabajo actoral y de dirección.
Lo interesante de este ejercicio es el interés de los jóvenes por el arte teatral, pero no hay que precipitarse. Escribir, dirigir y actuar podría hacerse si se es experto o si se tiene la formación suficiente al menos en una sola de esas áreas.
Habiendo tantos textos para niños bien escritos, se podría haber apostado por uno de ellos y si no existe alguno que le quedara a modo al grupo, entonces es bueno pedir asesoría.
No hay que confundir el teatro amateur con el teatro profesional, pero sí habría que advertir a los espectadores a lo que se enfrentarán, al menos en la cartelera o el programa de mano.
El respeto al teatro para niños (no infantil) radica en no tratarlos como tontos, en no pensar que basta con unos chistes o con unas secuencias de golpes y agresión —ya que eso se hizo con el “Chavo del 8”— para captar su interés, o en repetir las secuencias de algunas caricaturas, porque si es cierto que podrán desdoblarse de risa, no significará que se esté lanzando una propuesta.
Hay que ser inteligentes y en cada obra que se suba a escena reflexionar sobre nuestros errores y dejar en paz nuestros aciertos, ya que éstos siempre serán lo de menos.

lacuerdaquenosmueve.blogspot.com

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